PRUEBA: CHRYSLER SARATOGA LE 3.0 V6 (parte 1)



Poli de guardería, claro. Tenía razón mi amigo Nefer  -se le dan genial las películas-  cuando decía que era en esta famosa película de Schwarzenegger donde había visto su coche. Bueno, para ser sinceros, lo que sale es un Plymouth Acclaim, pero para el caso, agua... En fín, dejemos el séptimo arte de lado que hoy nos vamos a hacer las Américas  -del norte-  a bordo de un modelo tan emblemático como el Chrysler Saratoga. ¡Menudo clásico!

Ubiquémonos por un segundo: la palabra Saratoga está ligada a Chrysler desde 1939, pero no es hasta 1989 cuando este modelo se importa a Europa. Los americanos, al igual que hacemos aquí en Europa, también producen coches que luego se remarcan y venden bajo logotipos diferentes, por eso quizá lo conozcas por los nombres Dodge Spirit, Chrysler LeBaron o, como decíamos al principio, Plymouth Acclaim. Sus diferencias atañen básicamente al comportamiento y a cuestiones de imagen, poco más.


El nuestro es de 1992, veintiún años le contemplan y eso se nota. Me doy cuenta cuando salgo de casa y veo su silueta blanca aparcada delante: el Saratoga es de esos que llaman la atención incluso a quien los coches le importan un cuerno. Por delante no tiene mucha historia si obviamos el largo y recto capó y el abultado parachoques. Se da un aire  -al menos me lo parece-  a los Lexus LS de los noventa, pero la parrilla, presidida por la tradicional cruz de Chrysler, me hace olvidar pronto la semejanza.

El perfil es la clave, porque un pilar C tan vertical no se ve todos los días. Para mí es el rasgo más característico y deja en segundo plano cosas como las atípicas llantas o un detalle tan clásico como la banda cromada que rodea al coche. La peculiar luna trasera también condiciona la zaga: casi podría ser un pequeño pick-up si tuviera el maletero al descubierto. No es el caso, pero sí puede presumir de un maletero notable.


Me subo de copiloto, así aprovecho para preguntar cosas y toquitear… ¡Vaya! ¡Cuánto espacio! Lo pienso un poco y me doy cuenta de que el salpicadero es totalmente vertical, incluso inclinado hacia adelante, lo contrario a lo que estamos acostumbrados. Hay alcántara en los asientos y puertas, símil de madera en el panel de instrumentos, salpicadero de tacto blando  -de ese tipo material que debe de ser algún tipo de espuma muy densa-  en su mayor parte… nada mal, la verdad. Todo bastante típico de los coches americanos.

Me siento cómodo en el asiento, del tipo “butaca de la abuela”: blando y que invita a repantigarse. El Saratoga enseguida empieza a traerme buenos recuerdos: la tipografía de los botones  -window, lock, control…-  es la misma que la de mi ex Jeep Cherokee XJ. El botón de los cuatro intermitentes y su posición también coinciden. Pensando en ello cuando me quedo perplejo mirando una pantallita con números cambiantes. ¿Me estás diciendo que un Chrysler con más de dos décadas tiene medidor de consumo instantáneo, consumo medio y autonomía restante?

Pues sí, lo tiene, y aunque no goce de precisión mililítrica es todo un detalle  -que no te gustará mirar con frecuencia- . La cosa mejora a medida que mi amigo se explaya: ¿los reglajes del asiento? Eléctricos. ¿Y los botones del volante? Para el control de crucero. Ojo, estamos hablando de elementos de confort que aún no montan muchos compactos y que sus homólogos modernos del segmento D han incorporado de serie hace un par de días, como quien dice.

La habitabilidad es buena, no hay agobios. Ya comentábamos antes que delante el espacio era notable y detrás también va sobrado en ese sentido: hay más que suficiente tanto para las piernas como para la cabeza, al menos midiendo 1.80 metros. Sí me dio la sensación de ser un poco estrecho atrás, aunque podría ser solo una sensación por la particular luna trasera.

Paramos a hacer alguna foto y, de paso, sentarme al volante. Al ralentí ,el V6 de tres litros suena grave, vigoroso. Coloco el selector del cambio en D, acelero levemente y el coche sale con suavidad...



Continuará...

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