PRUEBA: RENAULT MÉGANE 1.5 dCi 5p (parte 1)


Renault. Una marca   -junto a Seat, Fiat, quizá Peugeot... – que ha estado intrínsecamente unida a nuestra cultura automovilística desde hace varias décadas. Con la premisa de vender coches fiables, asequibles y de gran relación calidad/precio, la marca francesa “nos coló” modelos tan míticos y reconocidos como el Renault 7, el 4  -te suena el “cuatro latas”, ¿verdad?-  o el eterno y brillante Renault 5, supercinco para los amigos.

Algo hicieron bien en Renault porque su fórmula ha seguido funcionando desde entonces: el éxito continúa, la buena calidad de sus coches sigue vigente y aún vende a un precio ajustado. La viva prueba de ellos es el Mégane 1.5 dCi 105 Dynamique que hemos podido probar. Vamos a dar un paseo por su historia, ¿nos acompañas?

Cada generación, un nuevo éxito

No lo tenía nada fácil la marca del rombo cuando decidió jubilar al gran Renault 19, pero los franceses sí tenían claro que buscaban una plataforma que sirviese para portar carrocerías muy dispares y acaparar así el máximo mercado posible. El resultado vio la luz en 1995 con el Mégane, un hatchback de 5 puertas que tuvo cuatro hermanos: el Mégane Coupé de 2 puertas, el Mégane Classic en formato sedán, el Mégane Scenic  -tan exitoso que ha acabado separándose de la gama Mégane-  y una versión break. Casi nada.

Recibió un lavado de cara en el ’99, coincidiendo con la aparición de la versión familiar. Entre la amplísima gama de motores que animaban a este popular compacto destacaban el frugal 1.4 de 75 y 95 CV, el irrompible 1.9D de 65 modestos caballos o el reconocido 2.0 16v de 150 CV de la versión más prestacional.

En 2002 llegó la segunda generación y con ella el asombro. Renault dio a luz un coche con tanta personalidad que hay quien piensa que se pasaron un poco: ángulos imposibles, formas vanguardistas o una zaga difícil de digerir eran sus señas de indentidad. La familia aumentó con una versión descapotable de techo retráctil, el Coupé-Cabrio


Las motorizaciones, también inmiscuidas en un importante cambio generacional, eran de lo más variopintas. En diésel, todas las opciones con common-rail y turbo de geometría variable salvo el modesto 1.5 de 80 CV, destacando por encima de todos el dos litros de 175 CV. Los gasolina, aún con inyección indirecta, tenían tres cilindradas diferentes -despareciendo el bloque 1.8-  y potencias comprendidas entre los 98 y los 225 CV. Este último, reservado para el Mégane RS, era y es un prodigio en cuanto a rendimiento. Junto al chasis cup, preparado por Renault Sport, se trata de uno de los coches más rápidos y eficaces de su clase. Un matagigantes capaz de dar un buen susto a coches de mayores pretensiones.

Tercera generación: menos ángulos, más músculo

El nuevo Mégane es un coche que gusta. Habrá quien no sienta entusiasmo al verlo  -como siempre, en lo que atañe a la estética todo es muy personal-  pero parece difícil encontrar a quien le desagrade, cosa que ocurría con más facilidad en la versión anterior. 


Renault ha tenido a bien  -y muy acertadamente, en mi opinión-  diferenciar estéticamente la versión 5 puertas del coupé en vez de limitarse a retirar o añadir dos puertas. Si este último presume de mayor musculatura, con más caída en la zaga y unas ópticas traseras de aspecto más deportivo, el 5 puertas es más comedido en sus formas, acercándose más a todos los públicos. 

Por delante es menos agresivo, con líneas más fluidas y algún rasgo que me recuerda al Laguna  -parte inferior de las ópticas-. La vista lateral carece de nervios marcados y no destaca por una gran superficie acristalada, da la impresión de coche voluminoso.



A parte del 1.5 dCi que monta esta unidad, se pueden elegir una potencia inferior  -90 CV-  o saltar a un bloque de mayor cilindrada, bien sea el de 1.900cc  -130 CV-  o el dos litros y 165 CV. Si optamos por la benzina, nos esperan un 1.6 16v de 100 o 110 CV y los TCe de 115, 130 o 180 CV  -este último lo tenemos medio apalabrado con un amigo, “Campi”-  . El motor 2.0 de 265 CV inherente al RS merece ponerlo aparte, pues debe de ser sencillamente genial.

Dentro del Mégane III

Al abrir la puerta  -cómodamente, sin llave, como comentaremos más adelante-  nos damos de bruces con un interior sencillo, bien resuelto y de buena calidad. El salto con respecto a la segunda generación resulta evidente, especialmente en lo relativo al diseño. El salpicadero es de tacto ligeramente blando en su parte superior, recurriendo al plástico duro en las zonas inferiores y menos visibles.



Los materiales con mejor apariencia han sido inteligentemente colocados, como por ejemplo en la puerta, cuya zona en torno al posabrazos y tirador está muy conseguida y destila calidad, mientras que el resto de los paneles son de un plástico menos ostentoso. 
Por comparar con su gran rival, el C4, diría que tiene unos ajustes y acabados algo inferiores en general. Con esto no quiero a criticar al Mégane, que me ha parecido muy agradable, simplemente creo que Citroën ha trabajado muchísimo ese aspecto.

La consola central, presidida por una pantalla  -que muestra la hora, información multimedia, etc.-  que queda muy a la vista, es sencilla y no tiene grandes y abrumadoras zonas plagadas de botones. En lo personal, no me acaba de resultar cómoda la acumulación de funciones en torno al volante, aunque probablemente sea mejor de cara a evitar distracciones. A pesar de ello, creo que prefiero un salpicadero con muchos botones, aunque en ocasiones agobie un poco. No deja de ser una cuestión de gustos.

Como curiosidad, la instrumentación destinada a la climatización está situada por encima del radio-cd, detalle que añade mayor funcionalidad al salpicadero. Hay suficientes huecos útiles repartidos por puertas y en torno a la zona de la palanca de cambios.


Ya sentados, nos topamos con unos asientos cómodos y más bien duros  -cosa que personalmente agradezco-  y no están tan elevados como en el Megane II. Tienen una sorprendente sujeción lateral para ser un coche sin pretensiones deportivas. Iba tan agradablemente embutido que me pregunte si una persona más bien gordita no se clavaría las orejas de los asientos en las “chichas”. Como curiosidad, apenas sí tuve que mover un poco la banqueta para encontrarme muy a gusto con los reglajes, puestos a medida de una chica alta de 1.72m, lo que habla muy bien del puesto de conducción.

Antes de proseguir, he de hablar del aspecto que menos me ha gustado de todo el coche: el volante. Es duro, de tacto no muy agradable y resbala más de lo deseable. No entiendo como Renault ha podido errar en la teminación en un elemento tan esencial como este. Si es por el ahorro de costes, estoy seguro de que cualquiera de sus compradores se desharía del tapizado del maletero si a cambio entregan un volante de piel en condiciones. Lástima que se haya descuidad este aspecto.


Vamos con el espacio interior: delante es satisfactorio, no se siente ningún agobio, ayudado por ese salpicadero de diseño limpio y poco abrumador. Por criticar algo, se echa en falta algo más de luminosidad, especialmente atrás, aunque personalmente lo considero una característica muy accesorio. 

Detrás también me ha parecido bueno, con bastante espacio para las piernas y hombros. La altura libre al techo es normal. Yo no he tenido ningún problema midiendo 1.80m. La plaza central no es mucho más incómoda que las laterales, cosa de agradecer  -en algunos modelos, su diseño la hace casi impracticable-  y además da cierto espacio para las piernas. Tuve la impresión de que, en un viaje corto, tres personas podrían viajar casi bien.


Por último nos queda el maletero, que pasa por poco de 400 litros, estando más o menos en la media. Podríamos echarle en cara el carecer de toma de 12V, un aspecto secundario en mi opinión.

En la segunda parte trataremos el aspecto dinámico del coche, su equipamiento y demás valoraciones. ¿Estará el 1.5 dCi a la altura de lo visto hasta ahora?

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