UNA HISTORIA DE LA ¿GUARDIA? CIVIL DE TRÁFICO



Os pongo en antecedentes: fiesta patronal de un pueblo. Uno de tantos del norte de nuestro país. Aunque está en un valle apartado, la fiesta goza de muy buena fama y año tras año acude gente de toda la comarca. La ocasión lo merece.

Hay menos gente que de costumbre, pero el éxito de la organización sigue vigente: han conseguido atraer a cientos de personas a su remota casa, tienen una orquesta decente, sortean cosas e incluso han puesto autobuses a un precio ventajoso para que la gente no tenga que conducir. Todo transcurre según lo previsto hasta que salta la noticia: la guardia civil ha puesto un control de alcoholemia en la carretera que lleva al pueblo, por la que hay que pasar sí o sí para irse a casa.

Hasta aquí la base de la historia, relatada de manera totalmente imparcial. En este punto comienza mi visión de lo sucedido y, probablemente la disparidad de opiniones: la Guardia Civil estaba, sobre el papel, cumpliendo con su deber, sí, pero un deber obscena y vergonzosamente orientado a la recaudación y no al verdadero leitmotiv de su existencia, que es velar por la nuestra seguridad en la carretera y el correcto funcionamiento del tráfico. Y más sabiendo que, cuando no hay ninguna celebración o evento especial, los controles de alcoholemia rutinarios se pueden contar con los dedos de una mano.

Pienso, como los amigos con los que lo he comentado, que lo verdaderamente noble hubiera sido haberse puesto a la salida del pueblo y no haber dejado coger el coche a quien diese positivo. Prevenir y no multar.

Rizar el rizo

Lo peor de todo  -el ánimo recaudatorio de Tráfico no es ninguna sorpresa-  viene ahora que voy a particularizar en el caso de una joven que, por cercanía, conozco bien. Esta chica, que había decidido acudir en coche, fue detenida a su vuelta por el citado dispositivo de la Guardia Civil. La hicieron soplar y dio positivo. No mucho, porque no es una irresponsable, pero sí lo suficiente como para superar el límite y levantarse al día siguiente con algunos puntos menos y un buen garrotazo en el bolsillo  -mujer, conductora y sancionada por positivo en alcoholemia, si eso no es una oda a la paridad sexual automovilística, que baje Dios y lo vea-.


Grave, gravísimo a mi parecer, fue la posterior actuación de la autoridad: tras de ponerle la correspondiente receta a la joven la Guardia Civil, lejos de retenerla hasta que su tasa de alcohol fuese legalmente segura, se dio la vuelta y, con dos cojones y sin ninguna vergüenza  -perdónese la expresión-  le permitieron continuar hacia su destino. O dicho de otro modo: la seguridad de la chica les importó un huevo una vez conseguido lo importante: sacarle la pasta con la sanción. Sanción que fue muy justa, todo sea dicho de paso.

Comentando esto con la madre de la chica  -con cierto disgusto, claro. Los hijos somos muy diestros a la hora de amargar a nuestros padres-  decía que lo que más le disgustaba no era que su hija hubiera cogido el coche tras haber bebido  -que también, aunque no llevase una borrachera indecente ni mucho menos-  si no precisamente eso, que  la hubieran dejado continuar a casa sin más. Que la sanción le parecía estupenda  -aprender en euros es más barato y agradable que hacerlo con sangre-  pero no le cabía en la cabeza como se desentendieron de esa manera tan abyecta e inmoral.


Afortunadamente, la historia acaba bien: nuestra protagonista llegó a casa sin contratiempos y su madre durmió, al fín, tranquila. Una madre que, de haber tenido su hija un accidente, bien podría haberse presentado en el control para pegar fuego al coche patrulla con los guardias dentro.

Menudos irresponsables. Uno puede cometer errores y equivocarse, porque somos humanos, pero me cuesta creer que esto haya sido un descuido. Huele a prisa por cumplir cupos de multas, a presión desde arriba para llegar a ciertos objetivos, a sucio dinero. Mi pregunta es, ¿por qué no podemos quitarnos de en medio a los incompetentes, independientemente del rango o el tiempo que lleven en el cuerpo? Si se hace  -con inusitada frecuencia, además-  entre trabajadores de cualquier empresa, ¿cómo no poder hacerlo en una profesión tan complicada, de tanta responsabilidad y relevancia como es la de Guardia Civil? ¿No se supone que para protegernos y servirnos debemos tener a los mejores? ¿O es algo al alcance de cualquiera, por incompetente y amoral que sea?

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