RENAULT SIGUE SIN ENTENDERLO


En ocasiones, las marcas dan cordero cuando los aficionados están pidiendo cochinillo. No pasa nada ni es nada nuevo: bien porque es difícil acertar a la primera, bien porque intentan "imponernos" una nueva tendencia, la cosa no es que ya no debe sorprender a nadie. Sin embargo sí que me llama la atención cuando la marca en cuestión, lejos de recular y dar el ansiado cochinillo, coge y nos deleita un cordero mejorado. Y no entienden que, por muy mejorado que esté, por muy brillante que sea la receta, sigue sin ser la carne que pedimos.

Por lo visto en el Salón de Ginebra, esto es lo que le está pasando a Renault.

Vaya por delante que, a falta de probarlo, me creo todo lo que se dice del Clio RS 200 acerca del gran coche que es. Hemos acabado por aceptar esas cinco puertas  -decisión que a la postre sería la menos controvertida de todas-  , que el turbo llega para quedarse y que el jugar con tres pedales y un pomo no va con esta nueva generación. De todas formas, no era el primero de su clase que salía al mercado envuelto en polémica por alguna imposición de ese tipo; ahí estan el Polo GTI/Ibiza Cupra/Fabia RS y no pasa nada.



Que los coches deportivos se están amanerando, dulcificando o democratizando  -que cada uno lo llame como quiera-  es un hecho. Mandan las ventas, y el que se desmarca un poco de la tendencia se queda sin trozo del pastel. Con casi toda probabilidad, el problema del Clio RS 200 se llama Ford Fiesta ST, que funciona porque su receta es sencilla y da lo que el usuario de este tipo de coches pide. Y es un tipo de usuario al que las marcas deberían escuchar mucho, pues es alguien que paga un dinero importante por algo que no deja de ser un subcompacto, por mucho que corra. Exáctamente eso es lo que parece haber hecho Ford: escuchar. No hicieron el coche más rápido, seguramente no sea el más llamativo, ni el que más soluciones tecnológicas tiene, pero sí es, junto con el Suzuki Swift Sport, el que más satisfacciones transmite y el que más involucra en eso de conducir: un placer sencillo que suele requerir soluciones sencillas. 

El grupo Volkswagen, por ejemplo, se dio cuenta y supo retractarse a tiempo: desde el último restyling, el Polo está disponible con cambio manual y se le han hecho un par de retoques para hacerlo más agresivo, sin olvidar que quieren seguir teniendo la opción más burguesa. Peugeot tampoco ha caído en el error con el 208, ni Citroën lo hizo con el DS3 Racing.

Conociendo al fabricante francés, parecía obvio que iban a entregar el Clio RS a los chicos de RenaultSport para que le dieran otra vuelta de tuerca. No se puede esperar menos de quien lanzó un Mégane con ventanillas de plástico y medio airbag. El Clio de verdad tenía que estar por llegar, y finalmente lo hizo: se llamó Clio RS 220 Trophy y es... Un RS normal con vitamina C. El alma a los pies.



No nos engañemos: el Trophy mejora al RS normal en todo: el bloque 1.6 turbo da ahora 20 CV más, gestión del cambio EDC mejorada, chasis Cup de serie, consume y contamina menos, corre y acelera más. Hay que sumar algunos añadidos más como las llantas, neumáticos de alto rendimiento, asientos aún mejores y los 3.000 euros de sobrecoste.

De lo que quizá no se haya percatado Renault es de que al quemado que va a ir a preguntar por el coche le importa un comino que 50% en modo Sport", porque lo que quiere es pelearse con una palanca, no con dos levas. Y la silueta de un coche de 3 puertas, y no las cinco que le imponen. Y un precio asequible, porque pagar 28.000 euros por muchas décimas y porcentajes que arañes al RS estándar es una pasada. Cierto es que luego en el concesionario el precio suele ser 3.000 o incluso 4.000 euros inferior, pero no es menos que por ese dinero sacamos un Toyota GT86, o un Fiesta ST con 4.000 euros para gasolina, seguro y ruedas, y eso son palabras mayores.

Quién sabe, quizá todo esto sea una estupidez y el único problema es que, con el Clio RS 192, Renault rompió el molde. Al menos el molde que hace felices a los que perdemos la cabeza por un coche.



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